LEYENDA DEL DUENDE
El Duende
Hoy son muchas las personas que aseguran y certifican la existencia de El Duende en varios pueblos. Afirman que suele aparecer como un niño encantador que les ofrece ramos de flores de hermosos colores a las jovencitas que deambulan solitarias por el camino y cuando éstas las van a recibir, las atrapa y las rapta para poseerlas.
Otros campesinos dicen que es la figura de un joven de mirada penetrante, atractivo, con sombrero grande y jugando con flores en medio de los bosques siempre buscando engañar a las mujeres enamoradizas, las chicas y a los niños lo que motiva que nunca o permanezcan solos y apartados de sus familiares o conocidos. Versiones más atrevidas lo describen como un hombre corpulento, cabezón y vestido de taparrabo, el cuerpo seco como las zarzas de los montes, se dice que es capaz de remontar cumbres y lomas sin cansarse, vadear ríos tormentosos y luchar con las tempestades, mover peñascos y resistir como las bestias. Al entrar en acción crece de súbito como los espinazos de los gatos.
Acompañado de un bastón de oro que le sirve de apoyo en los transes difíciles, como cruzar puentes, peñascos. Se dice que toma agua en una concha de caracol, duerme en las puntas de las agujas, en los huecos de las tinajas, en los rincones oscuros. Para seguir su elegida, vela en los pajonales, en los aleros de los ranchos, en el filo de las sementeras. Puede permanecer en los tejados, en la mugre de los gallineros, encima o detrás, abajo o distante de los árboles desde donde vigila las mujeres que le gusta. Una mujer tocada por el duende se torna irritable, sin sueño e inapetente. Comienza a perder peso. En ocasiones habla y canta, reza y maldice. Llora por causa irreales o ríe ante sucesos funestos. Falta de memoria y con la voluntad debilitada, olvida sus obligaciones, juega a la imitación para terminar huyendo a la serranías más altas, donde danza desnuda. En esta soledad acontece la posesión entre alaridos que estremecen.
Las costumbres tradicionales afirman que si se quiere aplacar tantas maldades hay que poner la contra, en ensalmo que lo destierre. Para ello basta con vestir la escogida con un trapo rojo o colocar en el lugar de los acontecimientos un instrumento melódico. Bautizar de nuevo a la que sufre, conjurar la vivienda; además puede también ahuyentarlo el casamiento de la infeliz, lo mismo que pasarla bajo un anillo que haya llevado un sacerdote, o darle tres tomas de agua bendita cuando corren las estrellas.
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